La oración es necesaria siempre.

Jesús eligió construir su Iglesia sobre Pedro, un hombre imperfecto pero de fe inquebrantable. Esto nos recuerda que la Iglesia no es una institución intocable ni una construcción hecha por manos humanas. Es, ante todo, un proyecto divino, guiado y sostenido por el Espíritu Santo, aunque compuesto por seres humanos falibles.

Cada uno de nosotros es como un árbol que Dios ha plantado en el jardín de la vida. Y cada uno ha sido dotado de talentos únicos, nuestras semillas, que tenemos el deber de descubrir, cuidar y cultivar. Pero no solo para nosotros mismos, sino también para el beneficio de los demás.

Vivimos en un tiempo donde, lamentablemente, el sentido de lo sagrado parece haberse perdido. Los rituales, las tradiciones, los símbolos que una vez llevamos con reverencia, a menudo son relegados a meras formalidades o incluso despreciados. ¿Cómo hemos llegado a este punto? La respuesta puede ser compleja, pero una parte esencial es la pérdida de nuestra capacidad de asombro, de ver más allá de lo ordinario y encontrar lo extraordinario.

La enseñanza de Jesús es clara y desafiante. Nos invita a voltear la mirada hacia nosotros mismos antes de juzgar a los demás. Es tan fácil ver los defectos y errores de los demás, pero a veces es más difícil reconocer nuestros propios fallos.

En nuestra sociedad actual, es común que sintamos miedo a las críticas, al qué dirán, a no encajar. Muchas veces, esos miedos nos hacen ocultar nuestra verdadera identidad, nos hacen vivir en una especie de mentira. Pero, ¿qué es lo que realmente nos mata? ¿No es acaso la pérdida de nuestra esencia, de nuestra alma?

nuestros ojos, en un sentido figurado, representan aquello en lo que enfocamos nuestra atención y nuestros esfuerzos. ¿Estamos mirando hacia lo que verdaderamente tiene valor, lo que trae luz a nuestras vidas, como la bondad, la verdad, la belleza, la justicia y el amor? O ¿estamos distraídos, obsesionados con cosas que nos oscurecen el corazón y la mente, como la envidia, el orgullo, la avaricia, la mentira o el rencor?

Cuando decimos "Padre nuestro, que estás en el cielo", estamos reconociendo que Dios es nuestro Padre amoroso, y que, aunque habita en la eternidad, se preocupa por cada uno de nosotros aquí en la tierra. No estamos solos en nuestras luchas diarias, sino que contamos con un Padre que nos ama y que siempre está dispuesto a escucharnos.

En el día a día, es fácil caer en la tentación de buscar reconocimiento por nuestras buenas acciones. Todos conocemos esa sensación de satisfacción cuando somos aplaudidos o elogiados por ayudar a los demás. Sin embargo, Jesús nos advierte que este tipo de gratificación es efímera y superficial.

Sí, amar y perdonar requiere esfuerzo. Puede que el rencor siga vivo en nuestro corazón al principio. Pero San Josemaría Escrivá nos recuerda: "No he necesitado aprender a perdonar porque el Señor me enseñó a querer". El amor nos da la capacidad de perdonar. Y aunque este proceso pueda ser difícil, recordemos que no estamos solos. Dios nos acompaña y nos ofrece su gracia para sanar nuestras heridas.

En la sociedad en la que vivimos, a menudo parece que aquellos que gritan más alto son los que ganan. Pero, ¿y si probamos un enfoque diferente? ¿Y si, en lugar de devolver el golpe, ofrecemos la otra mejilla? ¿Y si, en lugar de defendernos hasta el último aliento, damos un paso más y extendemos la mano de la reconciliación?

Jesús, al ver la necesidad de más trabajadores para su viña, pide a sus discípulos que rueguen al dueño de la mies que envíe trabajadores a sus campos. Estas palabras también nos interpelan a nosotros, especialmente a las familias. En el seno de cada familia, se encuentra el terreno fértil para el crecimiento de vocaciones auténticas y generosas.

Al igual que María y José, es crucial que mantengamos viva la búsqueda de Jesús. Aunque parezca que lo hemos perdido, Él siempre está cerca de nosotros, esperando ser encontrado en lo profundo de nuestro corazón. No importa cuánto nos hayamos alejado, siempre podemos volver a Él.

Jesús no nos pide que llevemos cargas que excedan nuestras fuerzas. Él nunca nos abandona ni nos deja solos en nuestros desafíos. Al contrario, nos ofrece su ayuda y nos invita a confiar en su gracia y su amor. Su yugo es suave y su carga ligera porque él mismo carga con nosotros y nos da la fuerza para seguir adelante.

No podemos acercarnos a Dios con un corazón lleno de resentimiento y enemistad. Debemos buscar la reconciliación y el perdón como un camino hacia la plenitud y la paz interior. La reconciliación nos transforma y nos abre a la gracia de Dios, permitiéndonos experimentar su amor y misericordia en nuestras vidas.

Es fácil perderse en la búsqueda de reconocimiento y aplausos por nuestras acciones. Pero debemos recordar que el propósito de brillar no es alimentar nuestro ego o buscar la autocomplacencia. Nuestra luz debe iluminar el camino hacia el amor de Dios, hacia la verdad y la justicia.

La sal es un elemento que añade sazón y preserva los alimentos. Del mismo modo, nuestra fe y nuestras acciones deben dar sabor y preservar los valores fundamentales en un mundo que a veces parece desorientado. No podemos permitir que nuestra fe se vuelva insípida, que se diluya en las exigencias del mundo o que se esconda por temor a la opinión de los demás.

Jesús nos mostró un amor inmenso y desbordante, un amor que sigue vivo y presente en nuestros días. Él mira con ternura a cada uno de ustedes, conoce sus inquietudes, alegrías y desafíos. Su deseo más profundo es enseñarles la verdad que les llevará a una vida plena y feliz.

La Eucaristía no puede ser reemplazada por la tecnología. Necesitamos recuperar la participación presencial en la Santa Misa, necesitamos volver a incluir en nuestro plan dominical la asistencia a la celebración eucarística.

A menudo, en nuestra sociedad, se valora más la ostentación y el reconocimiento externo que los actos sinceros y desinteresados. Nos dejamos llevar por la presión de aparentar y competir en lugar de actuar con autenticidad y amor verdadero. Pero lo importante no es lo que los demás ven o reconocen, sino lo que Dios ve en nuestro corazón.

La verdadera riqueza y la verdadera grandeza se encuentran en vivir de acuerdo con los valores del Evangelio, en amar y servir a los demás, en cultivar la humildad y la generosidad. No nos dejemos arrastrar por la búsqueda de reconocimiento y admiración superficial, sino busquemos el amorde Dios y construyamos relaciones basadas en el amor y la autenticidad.

Amar a Dios y al prójimo es la base del Reino de Dios. Es en esta actitud de entrega y generosidad que encontramos la verdadera cercanía a Dios y experimentamos la plenitud de su amor en nuestras vidas. Debemos recordar que la fe no es solo un conjunto de rituales, sino una relación viva y dinámica con Dios y con nuestros hermanos y hermanas.

No hay una contradicción inherente entre nuestras preocupaciones materiales y nuestro compromiso con Dios. Más bien, la fe nos ofrece una brújula moral que nos guía en todas las esferas de la vida, incluyendo nuestras responsabilidades ciudadanas. Al honrar nuestros deberes hacia el Estado, no nos alejamos de nuestra relación con Dios, sino que la nutrimos y la manifestamos a través de nuestras acciones.

Dar al César lo que es del César implica cumplir con nuestras obligaciones civiles, contribuir al bienestar común y trabajar por una sociedad justa y solidaria. Significa participar activamente en la vida pública, promoviendo los valores del Evangelio y buscando el bienestar de todos, especialmente de los más vulnerables.Pero también debemos dar a Dios lo que es de Dios. Esto implica reconocer que somos imagen y semejanza de Dios, y que nuestra vida y acciones deben reflejar esa realidad. Debemos rendir a Dios nuestra adoración, nuestro amor y nuestra entrega total. Nuestra vida entera debe estar impregnada de la presencia y el amor de Dios.

Al iniciar una nueva semana, es importante recordar la centralidad de Jesús y el amor al prójimo en nuestras vidas. El trabajo puede parecer desagradable si no reconocemos su significado más profundo: ser un medio para llevar el amor de Dios a los demás.

Es fácil caer en la tentación de convertir nuestra relación con Dios en algo superficial, un mero cumplimiento de rituales o una apariencia externa de piedad. Pero Dios anhela algo más profundo. Quiere que nuestras vidas sean verdaderamente una casa de oración, un lugar donde su presencia sea acogida y su amor se refleje en nuestras acciones.

El ciego, al oír que Jesús se acercaba, tiró su manto y se acercó a Él. Esta acción aparentemente sencilla encierra un gran significado que merece nuestra reflexión.El manto era una posesión importante para aquel ciego, tal vez su única pertenencia. Sin embargo, cuando escuchó la palabra de Jesús, no dudó en desprenderse de él y acercarse al Maestro. En ese acto de desprendimiento, el ciego demostró una confianza absoluta en Jesús y en su poder para sanarlo.

Hoy recordamos la visita de Nuestra Señora a su prima santa Isabel

Jesús nos invita a ser los primeros en el amor, a poner en primer lugar a nuestro prójimo y a servir a los demás con humildad y generosidad. En un mundo obsesionado con el éxito individual, Jesús nos muestra que el verdadero éxito radica en amar y servir a los demás, en dar nuestra vida por ellos.

Aprovechemos estos días finales de mayo para dirigir nuestra atención y nuestro corazón hacia María. Ella es nuestra Madre y nuestra intercesora ante Dios. Acercarnos a María nos permite fortalecer nuestra relación con Jesús y renovar nuestro compromiso con seguir sus enseñanzas.

Jesús no los cambió ni los uniformó, sino que los ungió con el Espíritu Santo, y así se formó la unidad en medio de la diversidad. En Pentecostés, los apóstoles experimentaron la fuerza unificadora del Espíritu cuando, a pesar de hablar diferentes lenguas, se convirtieron en un solo pueblo de Dios.

Todo cambió cuando llegó el Espíritu Santo. Sus preocupaciones se disiparon de inmediato: los apóstoles ya no tenían miedo, ni siquiera ante aquellos que intentaban arrestarlos. Antes temían por sus vidas, pero ahora ya no tenían miedo de morir.

El Espíritu Santo trae armonía a los corazones de los discípulos. Estos hombres necesitaban ser cambiados desde adentro, en lo más profundo de sus seres. Su historia nos enseña que incluso ver al Resucitado no es suficiente si no lo recibimos en nuestros corazones. No sirve de nada saber intelectualmente que Jesús está vivo si no vivimos como personas resucitadas.

El Espíritu Santo tiene el poder de cambiar nuestros corazones. Jesús prometió a sus seguidores que recibirían la fuerza del Espíritu Santo para ser sus testigos. Y así sucedió, los discípulos pasaron de tener miedo a ser valientes. El Espíritu Santo los transformó y les dio el coraje para compartir el mensaje de Jesús en todo el mundo.

El Espíritu Santo actúa de esta manera: primero viene sobre cada uno de nosotros y luego nos une y nos conecta. A cada uno le da un don especial y nos une a todos en unidad. De esta manera, el Espíritu Santo crea un pueblo nuevo, diverso pero unido: la Iglesia universal. El Espíritu Santo fomenta la diversidad, haciendo que aparezcan diferentes talentos y dones en todas las épocas.

"No te dejaré solo". Estas palabras de Jesús -como dirigidas personalmente a cada uno- también nos hacen pensar en la presencia maternal de María en el cenáculo. La Madre de Jesús está allí con los discípulos, unida en oración. Ella es la memoria viva del Hijo y la invocación viva del Espíritu Santo. Es la Madre de la Iglesia.

El mundo necesita los frutos y dones del Espíritu Santo, como nos enumera San Pablo: amor, alegría, paz, paciencia, amabilidad, bondad, fidelidad, humildad y dominio propio. El don del Espíritu Santo ha sido dado en abundancia a la Iglesia y a cada uno de nosotros para que vivamos con una fe genuina y una caridad activa, para que podamos sembrar la semilla de la reconciliación y la paz.

El Espíritu Santo, el Espíritu de la verdad, enviado por el Padre en el nombre de Jesús, nos guía hacia la verdad plena. Su enseñanza divina nos ilumina y capacita para comprender y vivir de acuerdo con la voluntad de Dios. Al abrirnos a su guía y seguir su dirección, experimentamos una conexión más profunda con la realidad espiritual y encontramos la verdadera plenitud en nuestras vidas.

Entender quién soy es también entender mi vocación profunda al amor. Permitir al Espíritu que actúe en mí es permitirle que el Amor de Dios ponga su morada en mi corazón. Su luz no es una especie de libro de ciencia cuyo tema soy yo mismo. No es una luz para satisfacer una curiosidad intelectual, o un mapa para trazar una ruta. Su luz es la clave para entender algo muy propio de los hombres: somos criaturas llamadas a realizarse, a desplegar su vida rumbo a una meta que a la vez que les excede, les llama profundamente.

En nuestro tiempo, se habla mucho del Espíritu Santo en los ambientes religiosos. Escuchamos sobre acudir a Él, seguir sus inspiraciones y "sentir" su presencia. Pero, ¿realmente sabemos quién es?

José y María, nos muestran que cada uno, desde su propia ocupación, puede ser un agente de cambio y contribuir al fortalecimiento del tejido social. Nuestro trabajo, ya sea remunerado o en el hogar, no solo nos permite sustentarnos, sino también ser una bendición para los demás y para la comunidad en la que vivimos.

La obediencia a los mandamientos de Jesús nos libera de las cadenas del pecado y nos conduce hacia una vida plena y verdadera. Cumplir los mandamientos no es una carga, sino un camino de amor y libertad.Jesús nos llama a obedecer no porque quiera limitar nuestra libertad, sino porque desea lo mejor para nosotros. Sus mandamientos están basados en el amor y nos guían hacia la felicidad y la plenitud.

En el mensaje de la Virgen de Fátima, encontramos una llamada insistente a la oración por los pecadores. María, con su amor maternal, nos exhorta a elevar nuestras súplicas al cielo para obtener la conversión y la salvación de aquellos que están alejados de Dios.Canción del final: Gratia Plena (from "Fatima"), Andrea Bocelli.

Cuando decimos "sí" a Dios, abrimos las puertas a su gracia y a su plan perfecto para nuestras vidas. Él no busca limitarnos, sino liberarnos de las cadenas que nos atan y mostrarnos el camino hacia la plenitud y la felicidad verdadera.

La maternidad de María va más allá de lo biológico, es una maternidad espiritual y universal. Ella es la madre de Jesús, el Hijo de Dios, y también es madre de todos los creyentes. Su sí a la voluntad de Dios nos muestra el camino de entrega y confianza que debemos seguir.

Jesús eligió tener una madre y un padre en la tierra. El Hijo de Dios quiso experimentar la vida en una familia humana. Esto nos revela la importancia y el valor sagrado de la familia en el plan de Dios.

En un mundo que valora la autosuficiencia y el éxito personal, la humildad de María nos desafía a abrazar una actitud de reconocimiento y gratitud hacia Dios. Al reconocer nuestra propia pequeñez y la grandeza de Dios, abrimos nuestro corazón a su amor y permitimos que su gracia transforme nuestras vidas.

La alegría de María es única, porque se origina en la esperanza puesta en Dios. Ella confió plenamente en el plan divino, incluso cuando las circunstancias parecían desafiantes. Su fe la llevó a decir "sí" a Dios, convirtiéndose así en la puerta a la esperanza para el mundo.

La urgencia de María no era una mera acción impulsiva, sino una respuesta consciente a la llamada de Dios. Nos invita a reflexionar sobre nuestras propias vidas y a discernir cómo podemos vivir con esa misma urgencia por servir. No se trata solo de realizar acciones rápidas, sino de cultivar una disposición interna para estar atentos a las necesidades de los demás y actuar con prontitud y generosidad.

La maternidad que María asume en la Anunciación se traduce en un servicio amoroso a la humanidad que continúa a través de su intercesión amorosa. Su ejemplo nos invita a vivir una vida de entrega y servicio, donde el amor sea el motor que nos impulse a poner nuestras vidas al servicio de los demás.

María, la joven disponible a cambiar sus planes para hacer los de Dios.

María está recogida en oración, en silencio.

En un mundo que a menudo nos invita a mirar sólo por nuestro propio interés, la figura del buen pastor nos recuerda que la verdadera felicidad se encuentra en el servicio y en el amor hacia los demás. El buen pastor es aquel que está dispuesto a renunciar a sus propios intereses por el bien de sus ovejas, y que las lleva a pastos verdes y aguas tranquilas, donde pueden encontrar descanso y paz.

Jesús es el camino hacia la vida plena y abundante que todos buscamos. Él no vino a robarnos, matarnos o destruirnos, sino a darnos vida en abundancia. Nos invita a seguirlo por el camino de la verdad y la justicia.

Hoy en día, también podemos sentirnos tentados a alejarnos de Jesús y de su mensaje de amor y salvación. Podemos encontrarnos con dificultades y preguntas que nos hacen cuestionar nuestra fe. Pero en esos momentos, debemos recordar las palabras de Pedro y confiar en Jesús, quien es la fuente de la vida eterna y la verdad.

Sin la Eucaristía, nos morimos de hambre.

No somos nosotros con nuestras fuerzas los que nos ganamos a Dios. Es Dios quién sale a nuestro encuentro.

Jesús sale a nuestro encuentro. Se hace alimento por nosotros. Nos espera con infinita paciencia en el Sagrario

Jesús envía a sus apóstoles por el mundo entero.

La tentación de buscar a Jesús en ritos, fórmulas, sistemas filosóficos, es muy recurrente. En cambio, estás en el necesitado, en la persona de al lado y sus problemas, sus asuntos que le quitan la paz.

Jesús transforma la desoladora situación del interior de los discípulos camino de Emaús en la esperanzadora realidad de que había resucitado.

Jesús llega en ese momento en el que uno piensa que todo va a ser un desastre.

Este milagro es un ejemplo de tu poder divino, pero también es una enseñanza para nosotros, tus seguidores. A veces, nos sentimos impotentes ante las dificultades y problemas que enfrentamos en la vida. Sentimos que no tenemos suficiente para hacer una diferencia, que nuestros recursos son limitados y que no podemos hacer nada para ayudar a los demás.Pero este milagro nos muestra que cuando ponemos nuestra fe en ti, y ofrecemos lo poco que tenemos, tu poder se multiplica y hace cosas asombrosas.

En un mundo que nos invita constantemente a buscar la gratificación inmediata y el éxito personal, el Espíritu nos mueve a poner el amor por encima de todo. Nos ayuda a reconocer que el verdadero amor es el que se da sin medida, sin esperar nada a cambio, como tú mismo lo hiciste al entregarte en la cruz por nosotros.

En el evangelio de San Juan encontramos un pasaje que nos habla del gran amor que Dios tiene por nosotros. Dice así: "Tanto amó Dios al mundo, que le entregó a su Hijo único, para que todo el que crea en él no perezca, sino que tenga la vida eterna" (Juan 3,16).

Jesús le habla a Nicodemo de la libertad que tienen los que nacen de lo alto.

Nicodemo llega de noche a conversar con Jesús. Un entrañable encuentro entre un maestro de las escrituras y la Palabra de Dios hecha carne.

Los discípulos no se muestran tan abiertos a creer el anuncio de la resurrección de Jesús. A pesar de eso, Jesús no deja de confiar en ello y de apoyarse en su debilidad para extender su mensaje por todo el mundo.

Jesús les reprocha su incredulidad y dureza de corazón a los Once por no haber creído a los que lo habían visto resucitado. Sin embargo, a pesar de ello, Jesús les encomienda la misión de ir por todo el mundo a predicar el Evangelio a toda criatura.

Los discípulos en torno a Pedro. Van a pescar. Parece un fracaso, pero ahí es donde suena la voz de Jesús.

Además, la tarea de predicar el mensaje de Jesús no es solo para aquellos que tienen vocación religiosa. Cada uno de nosotros, en nuestra vida cotidiana, tiene la oportunidad de ser testigos de su amor y su mensaje de perdón y reconciliación. Ya sea en nuestra vida familiar, en nuestro estudio o trabajo, o en nuestra vida social, podemos mostrar a los demás el camino hacia una vida más plena y significativa.

Al igual que los discípulos de Emaús, nosotros también podemos encontrarnos con Jesús en nuestro camino de vida, y es en la Eucaristía donde Él se nos presenta de manera especial. La Santa Misa no es solo una reunión social o una actividad religiosa más, sino que es el encuentro con Jesús vivo y real que se nos da como alimento espiritual para nuestra vida.

Es fácil caer en la tentación de centrarnos en los problemas y dificultades de nuestra vida y de nuestro mundo, y de transmitir un mensaje de tristeza y desesperación. Pero como cristianos, estamos llamados a ser portadores de la buena noticia de la resurrección, y a transmitir un mensaje de esperanza y alegría que nos da la certeza de que, a pesar de las dificultades, Dios está con nosotros y nos acompaña en todo momento.

Jesús había prometido que el sufrimiento se convertíría en una gran alegría

Las mujeres no se quedaron paralizadas. No cedieron a las fuerzas oscuras de la lamentación y del remordimiento, no se encerraron en el pesimismo, no huyeron de la realidad. Realizaron algo sencillo y extraordinario: prepararon en sus casas los perfumes para el cuerpo de Jesús. No renunciaron al amor: la misericordia iluminó la oscuridad del corazón.

Jesús muere, pero, como dice el Símbolo de los Apóstoles, baja a los "infiernos" y comienza a liberar a todos los justos que ahí moraban.

Jesús en la soledad tan extrema que es el momento de la muerte, no está sólo, está su Madre a su lado. Abre sus brazos con gesto sacerdotal y se entrega a la muerte por amor.

Jesús, le muestra a sus discípulos que todas las deferencias hacia su persona por ser el maestro están muy bien, pero le rompe los esquemas cuando les dice: pues si yo, que soy el Maestro y el Señor, les he lavado los pies, también ustedes deben lavarse los pies los unos a los otros. Si quieres saltar la INTRO ve al 01:30; encuentra el 1er audio en 09:00; el 2do audio - 14:00; y el 3ero en 19:00.

Sorprende la actitud de los discípulos al preguntarle a Jesús si ellos serían quienes lo traicionarían. En lugar de señalar con el dedo a otros o pensar que ellos eran demasiado leales para cometer tal acto, se humillaron ante Él y preguntaron sinceramente si ellos eran los culpables. Esta actitud de humildad y autoexamen es un ejemplo para todos nosotros.

El evangelio de hoy nos vuelve a poner la mirada en Judas, el discípulo traidor. De hecho, el texto se adelanta a lo que va a tener lugar el Jueves Santo. La escena tiene lugar en la Última Cena, uno de los momentos más entrañables en la vida de los apóstoles. Allí, va a confesar a sus discípulos: uno de ustedes me va a entregar. A Jesús le duele la traición de Judas. Jesús quería a Judas.

La diferencia entre Judas y María radica en su actitud hacia Jesús. Judas tenía una actitud crítica y egoísta, mientras que María tenía una actitud de humildad y amor. Judas pensaba con sabiduría humana, donde los pobres parecían ser más importantes que Jesús mismo, mientras que María pensaba con sabiduría divina, donde Jesús era lo más importante.

Hoy recordamos la entrada triunfal que hiciste en Jerusalén, montado sobre un burrito. Tu llegada provocó una gran conmoción en la ciudad, y las personas extendían sus mantos por el camino y cortaban ramas de árboles para saludarte con gritos de júbilo y alegría. Pero, ¿cómo puedo yo, un joven del siglo XXI, conmoverme con este hecho que ocurrió hace tanto tiempo?

A veces, puede ser fácil distraernos con las tradiciones y los aspectos externos de la Semana Santa, pero es importante recordar que todo esto tiene su origen en la pasión, muerte y resurrección de Jesús. Él es el motivo de nuestra celebración y debemos mantener nuestra atención en Él.

La sociedad materialista de hoy en día a menudo no puede ver la importancia del cristianismo en la cultura y la civilización, y nos critica y juzga por seguir nuestras creencias. Pero debemos recordar que nuestra fe es una fuente de belleza, verdad y amor, y que estas son esenciales para la construcción de una sociedad verdaderamente humana y justa.

En una sociedad que a menudo busca la gratificación inmediata y la fama, es fácil caer en la tentación de glorificarse a uno mismo. Pero como nos recuerda Jesús, esta búsqueda de la propia gloria no solo es vana, sino que también puede ser perjudicial para nuestra vida espiritual.

Jesús nos invita a mantenernos fieles a su palabra para convertirnos en verdaderos discípulos suyos. Pero, ¿qué significa realmente ser un discípulo de Jesús? Ser discípulo de Jesús implica aceptar su enseñanza y seguir sus mandamientos, lo cual puede ser un desafío en un mundo que a menudo nos invita a seguir nuestros propios deseos en lugar de buscar la voluntad de Dios.

s común que algunas personas se acerquen a Dios buscando una salvación material. Esperan que Dios les resuelva todos sus problemas económicos, les proporcione una vida confortable y les conceda todas sus demandas. Sin embargo, cuando estos deseos no se cumplen, pueden sentirse defraudados por Dios e incluso abandonar su búsqueda espiritual.

Entonces retiraron la piedra y Jesús, después de dirigirse a su Padre, «gritó con voz fuerte: “¡Lázaro, sal afuera!”. Y el que estaba muerto salió con los pies y las manos atados con vendas, y con el rostro envuelto en un sudario» (Jn 11,43-44).

En esos ratos de oración confiada con el Señor podemos aprender tantos gestos y palabras que, después, servirán como inspiración para nuestras luchas diarias. Contemplar el modo con el que Cristo unía el amor divino y el amor humano nos puede ayudar a dar ese tono de humanidad a nuestra vida cristiana.

¡qué importante es recordar la valentía de los cristianos perseguidos! En la Iglesia, desde siempre, ha habido muchos héroes discretos y ocultos, que han vencido el mal con el bien y han sido fieles a ti hasta el final. ¡Qué ejemplo tan grande nos dan!

Jesús va anunciando con su predicación que el sacrificio de la Cruz es un acto de identificación con la voluntad del Padre. Un acto libre de entrega por amor.

Jesús habla abiertamente de que Dios es su Padre. A los judíos les escandaliza. A nosotros, sus dicípulos, más de 2000 años después sigue maravillándonos.

El paralítico supo esperar muchos años. Y un buen día, llegó Jesús y lo curó.

San José fue elegido por Dios para cuidar de Jesús y de la Virgen. Supo ser fiel en su misión.

Los fariseos hacen un gran problema algo muy sencillo y a la vez extraordinario: Jesús cura en sábado a un ciego de nacimiento.

Jesús hace énfasis en la necesidad de la humildad para poder acceder a su amor.

Jesús escucha siempre. Está dispuesto a respondernos. Hay muchas de nuestras preguntas que vienen ya respondidas en la Sagrada Escritura.

Jesús libera de un demonio mudo. Esto nos recuerda el valor de la sinceridad.

La liturgia nos invita a la lealtad a través de la historia de los tres jóvenes que fueron condenados a morir en un horno pero que luego fueron liberados por Dios.

Jesús está cansado, como cualquier humano más. Pero en medio de ese cansancio, no deja pasar la oportunidad de ayudar a la pobre mujer que se encuentra en el pozo

La historia del Hijo Pródigo nos muestra la fuerza del perdón y la alegría de Dios cuando un alma se arrepiente de la mala vida que llevaba

Jesús da su vida por nosotros. Se dife rápido. Pero cuando meditamos sobre su pasión y comprendemos lo que significan nuestros pecados, eso nos mueve a la contrición y a la lucha por no pecar.

Jesús nos cuenta una parábola en la que un hombre cegado por sus riquezas no logra ver a un pobre que estuvo a su lado sufriendo y necesitado.

La madre de Juan y Santiago pide a Jesús algo que causa envídia. Jesús les pregunta si están dispuestos a beber el caliz que va a beber. Los discípulo no saben bien a qué se refiere, pero aceptan.

Jesús pone el ejemplo de fariseos no para condenarlos a ellos, sino para mostrarnos el camino de felicidad que nos propone a través de la humildad y el servicio

Jesús nos invita a no juzgar, pero para eso debemos dejar de ser "jueces crueles" para pasar a dar luz que ilumine a todos alrededor.

Jesús va con Pedro, Santiago y Juan al Tabor. Ahí les deja ver su gloria para que no pierdan la esperanza a la hora de la Cruz.

Jesús nos eleva la mirada para que podamos querer a todos: tanto a los que nos aman como a nuestros enemigos.

Jesús nos anima a pedir sin miedo. Le hace ilusión ayudarnos y mostrarnos cuánto nos quiere a través de las cosas que le pedimos

La cuaresma nos invita a la conversión de distintas maneras. Nos invita a abrirnos al amor de Dios y dejar que nos transforme la vida.

El Padre Nuestro nos habre al misterio de Dios como Padre y a sus designios de amor para nosotros

Jesúr permite ser tentado por el diablo para darnos ejemplo de cómo afrontar la tentación.

El valor principal de la oración, el ayuno y la limosna como prácticas de conversión a Dios, es la disposición interior recta que genera un verdadero cambio visible a través de las obras de misericordia en favor de los demás. La limosna verdadera surge de la donación interior y un acto de amor hacia otro. Como Mateo, estamos llamados a vivir de misericordia para ser instrumentos de misericordia y la verdadera religión consiste en el amor a Dios y al prójimo.

Inicia la Cuaresma. Ese tiempo de conversión al Amor de Dios.

Jesús ve a sus discípulos discutiendo sobre cosas terrenas: poder, etc. Les hace ver la necesidad de la humildad y de vivir para servir

La plenitud de vida pasa por un amor incondicional a todas las personas, buenos y malos.

Jesús sube al Tabor con tres de sus discípulos. Ante ellos se muestra con su gloria y se da a conocer a sus discípulos como Hijo del Padre. Nosotros también podemos llenarnos de la luz de Dios e iluminar este mundo.

Jesús le habla a sus discípulos de la lógica de la Cruz.

Jesús pregunta a sus discípulos ¿quién dice la gente que es él? También nos lo pregunta a cada uno de nosotros.

Quizás también nosotros, a pesar de haber visto o experimentado el obrar divino, y de haber escuchado tanto al Señor, podemos tener por momentos una fe débil. Entonces agradecemos que Dios haya puesto a nuestro lado personas, como los amigos de aquel ciego, que de algún modo nos ponen de frente a Jesús

Jesús, como otras veces, se encuentra con los fariseos. Tiene una gran paciencia con ellos. Le piden señales. No les bastan los milagros portentosos que ya tenía lugar. Ellos quieren algo especial para ellos: a su medida, según su gusto.

Jesús alimenta a una multitud a partir de un cantidad insignificante de comida. Quiere que sus discípulos tomen parte en la aventura de aquél milagro

Jesús hace un milagro. Quiere hacer muchos más, hoy día, a mucha gente. Pero quiere servirse de cada uno de nosotros.

Jesús escucha la petición de una mujer que no era del pueblo elegido. Su fe le gana el corazón.

Jesús quiere mostrar a los fariseos que no son las cosas de fuera las que contaminan el corazón del hombre. Es del corazón de donde salen los malos deseos.

La vida cristiana requiere sinceridad y pureza en el amor a Dios. No basta con cumplir formalmente con los deberes, se requiere una entrega sincera del corazón. La correspondencia al amor de Dios requiere acciones, no solo palabras. La conducta diaria debe ser un testimonio del amor por Dios.

La llegada de Jesús a Genesaret fue una revolución porque produjo la revolución de la ternura en la gente, y solo se puede ser sanado por Cristo si se es capaz de reconocerlo. El Papa Francisco habla de la importancia de reconocer a Jesús en la carne de nuestros hermanos enfermos y mirarlos con ternura.

Cuando Jesús es bautizado por Juan en el Jordán, se escucha una voz que le dice "tu eres mi hijo amado". Esta podría ser nuestra idea madre para este 2023

Jesús va a casa de Pedro y encuentra a la suegra con fiebre. La cura. La suegra de Pedro se levanta y se pone a servirles.

Jesús saca con fortaleza a los mercaderes que hay en el templo. Su templo, es casa de oración. ¿Qué mercaderes, qué tenderetes, hay en el templo de mi corazón haciendo ruido?

Jesús propone la parábola de un juez que no teme ni a Dios y una viuda que consigue con su insistencia que el juez le haga justicia. La parábola nos enseña la fe que debe acompañar nuestra oración de petición.

La parábola de los talentos presenta a unos hombres que no se limitan a sólo cuidar los talentos recibidos, los hacen fructificar. El cristianismo no puede permanecer en lo privado, de suyo requiere informar del amor de Dios las relaciones interpersonales de todo tipo

El optimismo, cuando es realmente una virtud, es siempre realista. No es la sonrisa de piedra que nada desdibuja, es la convicción de que se es hijo de Dios y que por tanto, todo es para bien

Jesús sorprende a sus discípulos dando de comer a una multitud con 5 panes y 2 pescados. Los discípulos sólo veían dificultades para alimentar a tanta gente, Jesús les muestra que su razonamiento se queda corto ante los milagros que es capaz de llevar a cabo

Amar al prójimo es todo un proceso de aprendizaje. No se puede dar por concluido nunca el aprendizaje del amor. No se trata de amar desde una "sana antropología" sino desde el Corazón de Jesús