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En sus mejores momentos, Game of Thrones fue una serie que nos convocaba a ver televisión juntos, éramos más de 20 personas en una misma sala. Gritábamos durante los capítulos y salíamos revolucionados a grabar una conversación que teníamos atorada todos los domingos. El final fue un desastre y nos dejó rotos, pero volvimos tres años después, cínicos y dolidos, porque nos divierte grabar juntos y quizás porque todavía nos queda algo de esperanza. ¿Será que House of the Dragon puede devolvernos la alegría?